miércoles, 6 de junio de 2012

Jugando con la muerte.

¿Qué sucede diez minutos después de la muerte? ¿Qué hay del otro lado de esa puerta misteriosa? Dicen que algunas personas regresaron de la muerte y contaron lo que hay más allá de la vida. ¿Estarán realmente convencidas de lo que dicen? ¿No será que estamos jugando con la muerte?

Hay una verdadera epidemia de películas y materiales sobre la muerte. El interés por la ella, en la actualidad, está próximo a la obsesión. El tema de la muerte está de moda. Hay manuales sobre cómo morir, y muchos consideran que la muerte es una conquista.

Ciento siete alumnos de un colegio estadual construyeron un ataúd de pino y lo entregaron al colegio como recuerdo. El féretro continúa dentro del salón de clases y los alumnos se recuestan en su interior para meditar. “La muerte es linda –dicen-, es tan natural como la rosa que florece y se seca, y es descartada”. Pero, ¿qué tiene de romántico desprenderse de una rosa marchita?

La muerte no tiene nada de lindo. Es cruel; no es un amigo sino un enemigo; no es un pasadizo hermoso sino una puerta cerrada. Transformó a nuestro planeta en el cementerio del universo, el lugar donde todos mueren. Gracias a Dios, hay esperanza y ánimo en su Palabra con relación a la muerte. Necesitamos saber la verdad sobre la pérdida de nuestros seres queridos, y la alegre noticia de que un día va a llegar la resurrección. Pero antes, debemos entender por qué existe esa confusión desconcertante. ¿Será que todo este apego con la muerte nos está llevando al apego con el autor de la muerte, con el que transformó a la tierra en un cementerio?

Desde que fue expulsado del cielo, Satanás sabe que deberá padecer la muerte irreversible. Por eso se ha abocado a llevar a toda la raza humana consigo hacia la destrucción, de ser posible. Satanás y sus ayudantes pintan a la muerte como algo lindo, como algo que no debemos temer. ¿De qué otra manera podría atraer a sus víctimas? Esa fue su estrategia en el jardín del Edén.

Dios les advirtió a nuestros primeros padres que el resultado de la desobediencia es la muerte. Pero Satanás le dijo a Eva por medio de la serpiente: “Ciertamente no moriréis”. (Génesis 3:4)

Esa afirmación de Satanás significa: “No puedes morir. Seguirás viviendo en otro lugar, en otro estado de la existencia. Por lo tanto, puedes vivir como te plazca”. En el fondo de todas sus jugadas permanece la mentira original: No morirás.

¿Por qué esa jugada le dio tan buenos resultados? La respuesta es muy simple. Si logra convencerte de que los muertos no están muertos de verdad, le resultará fácil convencerte de que los muertos pueden comunicarse. Y si puedes creer en eso, una escenificación bien hecha le dará línea directa con tu mente. Satanás y sus ayudantes, los ángeles caídos, son maestros del disfraz. Han conducido a millones de personas solitarias a sesiones espiritistas donde los convencen fácilmente de estar en contacto con sus seres queridos que ya han partido; y millones, porque no conocen la Palabra de Dios, creen en esas manifestaciones sobrenaturales.

Jesús nos advirtió sobre los engaños del final de los tiempos: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. (San Mateo 24:24)

Satanás y sus ayudantes raramente usan un abordaje directo, para que su identidad no sea conocida. Prefieren usar un disfraz: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo; y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz”. (2 Corintios 11:13, 14)

Cuando la película El Exorcista estaba en pleno éxito, las espectadores que habían visto la película en los cines decían: “Satanás es una criatura horrible”. A él le encanta que las personas digan eso, porque si creen que él es un monstruo horrible con garras y cuernos, estarán totalmente desprevenidas cuando se les aparezca disfrazado como ángel de luz. Peor aún, cuando se les aparezca como una persona amada que ha fallecido. Ese es el problema: hay millones de personas que no han estudiado la Palabra de Dios y todavía cuestionan su autoridad.

El Obispo Pike no creía en la existencia de  vida después de la muerte. Pero sus convicciones se desmoronaron muy fácilmente cuando un número de fenómenos sorprendentes lo atrajeron como un imán hacia el ocultismo. La tragedia que dio inicio a ese proceso fue el suicidio de su hijo Jim. La muerte repentina de su hijo le provocó una gran tristeza, especialmente porque el muchacho había estado involucrado con las drogas.

Después de la tragedia, el Obispo Pike apareció en la televisión de Toronto, Canadá, al lado del médium espiritista Arthur Ford. Durante el programa, Ford entró en trance y lo convenció de que estaba en contacto con su hijo Jim. Al no confiar en la Biblia, el Obispo era una presa fácil; y se sintió tan fascinado con el juego del mundo de los espíritus, que no percibió ninguna señal de alerta.

Algún tiempo después, en Los Angeles, el Obispo fue entrevistado en ocasión de promover su nuevo libro: El otro lado. Joe Pyne escuchó lo que el obispo tenía para decir, con mucha atención. Finalmente, se volvió hacia su invitado y le preguntó pausadamente: “Obispo, ¿no dice la Biblia, en algún lugar, que los muertos nada saben? Obviamente arrinconado, Pike respondió: “No lo sé”. En seguida tomó un lápiz y dijo: “Voy a estudiarlo en casa”. A continuación, cuando Joe Pyne dio paso a las preguntas del auditorio, un jovencito se presentó y comenzó a hablar: “Sólo quiero decir dónde está el versículo que el Obispo no conoce; queda en Eclesiastés 9:5”. Entonces citó el pasaje correctamente: “Porque los vivos saben que han de morir, mas los muertos nada saben…”

El Obispo no creía que fuera importante conocer la posición de la Biblia sobre el asunto. Ese único pasaje le hubiera evitado caer en el engaño. Lo mismo vale para nosotros. La Biblia Viva traduce Eclesiastés 9:5 de la siguiente manera: “Pues los vivos por lo menos saben que van a morir. Pero los muertos nada saben”. La Palabra de Dios afirma que los muertos, buenos o malos, están durmiendo en sus sepulturas, donde permanecerán hasta la resurrección.

Cuando murió Lázaro, Jesús dijo que estaba durmiendo. “Lázaro, nuestro amigo, duerme, mas voy a despertarlo”. (San Juan 11:11) En el versículo 14, Jesús les dijo claramente: “Lázaro está muerto”. Y fíjate que Lázaro, cuando fue llamado fuera de su tumba, después de cuatro días, no tuvo ninguna historia para contar sobre el lugar en el que podría haber estado durante todo aquel tiempo. Es evidente que no había ido a ninguna parte. El apóstol Pedro, en el día de Pentecostés, dijo que David no había ido al cielo, y eso fue siglos después de la muerte del rey. (Hechos 2:29, 34)

Vamos a dejar que la Palabra de Dios esclarezca aún más este asunto. “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. (Eclesiastés 12:7) ¿Es eso lo que habías aprendido, o pensabas que algunos de los espíritus subían y otros descendían? ¿Qué es ese espíritu que retorna a Dios? “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. (Santiago 2:26)

El espíritu mantiene al cuerpo vivo. Entonces, ¿qué es ese espíritu que mantiene al cuerpo con vida? La palabra “espíritu” en el original hebreo del Antiguo Testamento es “ruach”; lo mismo que “pneuma”, en el original griego del Nuevo Testamento, y significa “soplo” o “aliento”. De ese término, se deriva la palabra neumático, que reciben el nombre por las cámaras llenas de aire. Espíritu o “pneuma” quiere decir aire o soplo. Cuando falta el espíritu, una traducción correcta es “muerte”, pues un cuerpo sin “aire” está muerto. Las dos palabras, “soplo” y “espíritu”, son sinónimos en las Escrituras.

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. (Génesis 2:7) Observa al Creador en acción: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra”. Acostado en el suelo, completo en todos los detalles, el hombre acababa de salir de las manos del Creador, pronto para vivir, amar y actuar, pero todavía no estaba vivo. “Y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente”.

No se le dio un alma, sino que se convirtió en un alma viviente, en un ser, una persona viviente. El aliento de Dios, que fue colocado en las narices del hombre, el aliento o espíritu, se separa del cuerpo en el instante de la muerte y regresa a Dios. El cuerpo regresa al polvo. Ahora, ese espíritu, el aliento, no puede pensar, ni puede adorar, ni cantar, ese espíritu vuelve a Dios, tanto si la persona es santa como pecadora. El hombre simplemente deja de ser un alma viviente, un ser viviente, hasta que el donador de la vida vuelva a reunir a ambos (cuerpo y espíritu) en la resurrección.

Todas las ilustraciones tienen puntos débiles, pero a pesar de ello vamos a emplearlas. Imagina que tenemos algunas tablas y algunos clavos y los usamos para armar una pequeña caja. Entonces ya no tenemos tablas y clavos, sino una caja. ¿De dónde vino esa caja? No vino de ningún lugar. Es el resultado de la unión de las tablas y los clavos. Supongamos que no queremos más tener una caja. Quitamos los clavos y los dejamos a un lado y acomodamos las tablas del otro. ¿Dónde está la caja? ¿Adónde fue? A ningún lugar, simplemente dejó de existir como caja. Los clavos todavía existen, las tablas existen, pero no puede haber caja porque los dos no están unidos.

De la misma manera, Dios formó al hombre de dos elementos: el polvo de la tierra y el soplo de vida. Como resultado de la unión de esos dos elementos, el hombre se volvió un alma viviente. Cuando muere, los dos elementos se separan, pero no van a ninguna parte; simplemente pierden su estado de conciencia hasta la resurrección, cuando el cuerpo y el espíritu serán nuevamente unidos.

Dos preguntas nos ayudarán a quitarnos las dudas de la mente. La primera: ¿Crees en la resurrección? Las Escrituras nos enseñan que la resurrección ocurrirá en el último día, cuando Jesús regrese. Pero, ¿por qué tendríamos que resucitar en el último día, si ya hubiésemos recibido nuestra recompensa o castigo en el momento de morir? Es obvio que no bajaríamos del cielo, ni subiríamos del infierno para entrar en nuestro cuerpo otra vez.

La segunda pregunta: ¿Crees en el juicio? Es claro –dirás—porque la Palabra de Dios dice: “Por cuanto ha establecido su día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. (Hechos 17:31)

San Mateo describe la distribución de las recompensas para los buenos y los malos, en la Venida de Jesús. Corresponde que nos preguntemos: ¿Por qué habría de haber un juicio al final de los tiempos, si se recibe la recompensa o el castigo en el momento de la muerte? Si una persona estaba siendo quemada en el infierno durante 212 años, ¿te parece que Dios la mandaría a buscar para que asistiera al juicio?

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. (San Juan 14:1-3) ¿Qué sentido tendría el regreso de Jesús si ya estuviéramos en el cielo? Ninguno, la Biblia no nos enseña ese tipo de confusiones.

Podrás pensar: ¿Y el ladrón en la cruz? ¿No le dijo Jesús que estaría con él en el paraíso en aquel mismo día? Vamos a leer San Lucas 23:43: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” Y alguien dice: “Sí, siempre lo entendí de esa manera, es decir… hasta hoy”. Parece que aquí hay una contradicción, ¿no es cierto? ¿Ese único versículo contradice todo el resto de la Biblia?

La muerte por crucifixión era un proceso largo y lento. Las víctimas generalmente resistían durante varios días. Por eso, Pilato quedó sorprendido por la muerte tan rápida de Jesús. Cristo no murió por la crucifixión, sino porque se le partió el corazón.

Examinemos ahora San Juan 20:17: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. El domingo de mañana, María fue al sepulcro. Lo buscó, pero no pudo encontrar al Señor. Había alguien parado en las sombras del jardín. Pensó que se trataba del jardinero. “¿Dónde lo colocaste?”, le preguntó. Y Jesús simplemente le dijo: “María”. En ese mismo instante ella se lanzó a sus pies y trató de abrazarlo, pero Jesús la contuvo con una mano y le dijo: “No me toques pues todavía no subí a mi Padre”. Si el propio Jesús, el domingo por la mañana, todavía no había ido al paraíso, tampoco hubiera podido estar en él la noche anterior.

No hay pruebas de que Jesús haya estado en ningún “reino” en aquel oscuro viernes. Pero el ladrón vio más allá, a través de los corredores del tiempo, hacia el día en el que Jesús lo recibiría en el reino que por derecho le pertenecía. Y él dijo: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Aquella fue la única expresión de fe que llegó a sus oídos mientras pendía de la cruz.

Y Jesús respondió: “Te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”. Hoy, cuando hasta mis discípulos se olvidaron de mí y huyeron; hoy, cuando parece que jamás tendré un reino; hoy, cuando da la impresión de que jamás podré salvar a alguien; te doy la seguridad, la garantía. Yo te digo hoy a ti: “Estarás conmigo en el paraíso”.

Llegamos a la conclusión de que la muerte no significa ir al cielo, ni para el fuego del infierno ni para el purgatorio, ni para el mundo de los espíritus. La muerte significa apenas la interrupción de la vida hasta la resurrección. El apóstol Pablo describe la resurrección de esta manera: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. (1 Tesalonicenses 4:16, 17)

¡Qué día! ¡Qué esperanza! Quienes fallezcan no tendrán la sensación del paso del tiempo en la sepultura. Su próxima experiencia será ver a Jesús en su regreso. Cristo vendrá triunfalmente al planeta que una vez lo rechazó, lo azotó y lo crucificó. Pero es un planeta que él no puede olvidar y cuando se aproxime a esta tierra, gritará con voz de trueno: “Despierten, los que duermen en el polvo de la tierra, vengan para la vida eterna”.

Nuestro Señor nos ofrece una realidad, no es broma. El nos dice hoy lo mismo que le dijo a otra persona hace mucho tiempo: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. (San Juan 11:25)

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