Casi todo el mundo tiene miedo. Miedo de pasar a la
última página de la historia y leer en grandes titulares la palabra FIN. Miedo
de que los pronósticos de científicos, religiosos y ecologistas se concreten
finalmente. Miedo de ver a nuestro planeta convertido en cenizas y condenado a
girar para siempre por el espacio exterior.
¿Es lógico que perdamos la esperanza por causa de
todos esos temores? ¿Es razonable concluir que Dios no existe y que más allá no
hay nada más que lo que se puede ver y tocar?
Jesús sabía que nuestra generación estaría signada
por el miedo. El dijo: “Desfalleciendo los hombres por el temor y la
expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de
los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en
una nube con poder y gran gloria”. (San Lucas 21:26, 27)
Los hombres sienten temor por las cosas que están
sucediendo y la expectativa de lo que va a acontecer. Ninguna generación
anterior vivió tan inquieta, tan sobresaltada como la nuestra. Los hombres y
las mujeres van saltando de teoría en teoría, de especulación en especulación,
de culto en culto. Están tratando de encontrarle algún sentido a la vida,
alguna razón a la existencia, alguna esperanza.
Pero, ¿tenemos que vivir yendo de un lado para otro
como corchos en un mar de miedo e incertidumbre? No. No es necesario, porque en
medio de toda esa desesperanza existe un libro muy especial. ¡Es la Biblia! En
cada una de sus páginas hay certezas. Es un libro lleno de esperanza. La Biblia
está llena de esperanza porque nos ofrece la salida para nuestro dilema. Está
llena de esperanza porque revela al Salvador. Está llena de esperanza porque la
cruz del Calvario está en el centro de todo.
Es el libro que ha transformado a enemigos en
amigos, a asesinos en seguidores de Cristo, a hombres débiles y vacilantes en
defensores valerosos de la cruz. Ese es el libro que estudiaremos juntos.
Alguien podrá decir: “No logro entender la Biblia.
Con los evangelios no tengo mayores dificultades, pero no comprendo mucho más
que eso”. Otros podrán encontrar que el Antiguo Testamento es cansador. ¿Y qué
decir del libro de Apocalipsis, con todos sus símbolos? ¿Qué debemos hacer?
¿Cómo tendríamos que estudiar la Biblia?
Podemos leer la Biblia de comienzo a fin. Podemos
conocer por nosotros mismos cuál es su contenido. También es gratificante
estudiarla por libros o por capítulos, separadamente. Pero si queremos
descubrir lo que enseña sobre algún tema
en particular, hay un modo más directo, y Jesús lo demostró el día de su
resurrección.
Era la tarde del domingo. Jesús caminaba junto a dos
de sus seguidores por el camino hacia Emaús. Ellos no sabían quién era aquel
extraño y no podían ni tan siquiera imaginar que se trataba de su Maestro.
Compartían con él su desánimo diciéndole que aquél a quien consideraban el
Mesías había muerto como cualquier otro hombre. Estaban convencidos de que se
habían equivocado en algún punto. ¿Qué hizo Jesús?
San Lucas 24:27 dice: “Y comenzando desde Moisés, y
siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que
de él decían”. Jesús quería que ellos vieran que él era quien afirmaba ser.
Quería que ellos comprendieran que había venido para morir. El vino para eso, para
morir en nuestro lugar. Ese fue el tema de Jesús en aquel camino. ¿Cómo lo
desarrolló? Reunió lo que Moisés, los profetas y todos los escritores de la
Biblia habían dicho sobre él. Ese era el método que utilizaba para estudiar la
Biblia. ¿Era un método novedoso? No. Encontramos el mismo método descrito en el
libro de Isaías, el profeta, en el capítulo 28:9, 10: “¿A quién se enseñará
ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados? ¿A los
arrancados de los pechos? Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre
mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito
allá”.
¿Quién entenderá el mensaje? ¿A quién le dará Dios
el conocimiento de su palabra y de su voluntad? Hemos oído muchas veces que
solamente los líderes religiosos y los rabinos, los ministros y los doctores en
teología están capacitados para entender los mensajes y les dejamos la tarea a
ellos. Pero, por más entendidos que sean es indispensable que nosotros
investiguemos la Biblia por nuestra cuenta. Hay tantas cosas en juego que no
deberíamos dejarlo en manos de los profesionales.
Lo que la Biblia sugiere es que existe un método
simple, directo y seguro para su estudio. Sí, un modo seguro de estudiar la
Biblia y dejarla que se explique a sí misma. La mejor manera de entender su
mensaje es juntar todo lo que los distintos escritores tienen para decir sobre
un tema en particular, precepto por precepto, línea por línea, un poco aquí y
un poco allá.
¿Qué es un precepto? El precepto es una declaración de
la verdad, una orden o una orientación para nuestro entendimiento y
comportamiento. Por ello, cuando un texto no aporta una idea muy clara, otros
pasajes lo explican. Es posible que no entendamos una declaración de Pablo,
pero unida a lo que dicen Pedro y Santiago, el tema se aclara. Puede haber
algún pasaje que jamás entenderíamos si lo leyéramos aisladamente; pero si lo
juntamos con otros pasajes sobre el mismo asunto, se hará más claro.
Supongamos que estás con un católico romano sincero,
y un buen amigo metodista y un bautista fiel. El católico interpreta el pasaje
de manera distinta al metodista, que a su vez lo entiende de forma diferente
que el bautista. Ahora bien, ¿cuál de los tres tiene razón? ¿Cuál de ellos
encontró la verdad sobre ese texto?
Piensa al respecto. ¿El bautista es fiel? ¿El amigo
metodista es fiel? ¿El católico es sincero? ¿Qué opinas? Los tres están leyendo
el mismo pasaje, pero cada uno lo hace desde su propia perspectiva, desde su
propio pasado, desde su propia educación: por eso, cada uno ve ese pasaje de un
modo diferente. Por lo tanto, el método que Jesús usó, y que se encuentra en la
propia Biblia en el pasaje que leímos hace unos instantes, resuelve el dilema.
Dios jamás pretendió que la verdad bíblica se
descubriera con el estudio de un solo pasaje aislado de su contexto. Y jamás
quiso que estudiásemos la Biblia basados tan sólo en nuestra experiencia
denominacional. En vez de ello, debemos confrontar nuestras creencias y
descubrir el adoctrinamiento claro de las Escrituras juntando lo que sus
escritores dicen sobre cada tema en particular.
Cuantos más pasajes consideremos sobre un mismo
tema, más segura será la interpretación. Existen textos que, vistos
aisladamente, no resultan claros. No sabemos lo que quieren decir. Las personas
argumentan sobre ellos, especulan y suelen hacerlos decir lo que ellas quieren
que digan. Esa es la manera más fácil de equivocarse. Pero si usamos el método
que usó Jesús, estaremos seguros.
Hay quienes han tratado de entender a la Biblia por
su propia cuenta durante mucho tiempo. Pero no han sabido cómo hacerlo.
¿Sientes que necesitas ayuda, un profesor en quien confiar? ¿Quién puede ser
ese profesor imparcial? Hay tantas iglesias, tantas creencias, tantas voces, y
todos afirman tener la verdad, pero con enormes diferencias y contradicciones.
Entonces te apartas y piensas: “Si estudio la Biblia con uno de mis amigos
católicos, lo más probable es que me haga católico; pero si estudio con un
amigo presbiteriano, las evidencias que me presente me parecerán igualmente
convincentes. ¿Y si mi profesor fuera testigo de Jehová o mormón? También ellos
son convincentes. Soy víctima de la duda. ¿Cuál es el maestro que debo elegir?
¿Puedo ser mal orientado aunque busque la verdad con toda sinceridad?”
Es fácil entender cómo te sientes. Pero hay un
versículo que te dará tranquilidad. Es una promesa de Jesucristo y está en San
Juan 7:17: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es
de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”.
¡Es una hermosa promesa! Si quieres saber la
voluntad de Dios y si estás dispuesto a cumplirla, no serás descarriado.
Reconocerás la verdad o percibirás el error. ¿No te llena esa promesa de
confianza? Puedes probar todo lo que oigas, todo lo que veas y todo lo que
leas. Puedes probar todo por ese método y, si lo haces, no habrá forma de que
puedas equivocarte.
El futuro nos depara muchas cosas emocionantes, y no
es una exageración, porque la verdad para el final de los tiempos es
estimulante. La segunda carta de San Pedro 1:12 dice: “Por esto, yo no dejaré
de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis y estéis
confirmados en la verdad presente”. Destaco las palabras: “en la verdad
presente”, o sea, la verdad para este momento. Verdad que necesitamos conocer
si queremos estar preparados para lo que viene por delante. Verdad
contemporánea. Verdad para nuestros días, los días más importantes en toda la
historia, cuando Jesús está por regresar, cuando el tiempo se está agotando,
cuando el destino de cada hombre, mujer y niño está siendo decidido.
¿No hay ninguna verdad, ningún mensaje especial,
para la más significativa de todas las horas?
¿Se habrá Dios olvidado de nosotros?
No. El tiene un mensaje especial y está en la Biblia, en Apocalipsis
14:6-12. Comencemos con el versículo 6: “Vi volar por en medio del cielo a otro
ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la
tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Ese mensaje es llamado “el evangelio eterno”. No es
algo nuevo o extraño, ni algo que el hombre haya inventado. Es el mismo
evangelio que encontramos en todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero es
entregado con un nuevo sentido de urgencia para esta época en particular. Es la
verdad presente, la verdad contemporánea para la era precaria en la que
vivimos; y se refiere a cuestiones de vida o muerte. Ese mensaje es tan
importante, tan urgente, que debe ir, irá y está yendo, a todas las naciones,
lenguas y pueblos alrededor del mundo.
El versículo 7 dice: “Diciendo en alta voz: Temed a
Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel
que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”.
¿Qué mensaje es ése que se proclama a gran voz por
todo el mundo? Teme a Dios. No le tengas miedo, sino reverencia. Hónralo,
adóralo, coloca a Dios en el primer lugar y dale gloria. No a nosotros mismos,
no a nuestras realizaciones, no a la tecnología, sino gloria a Dios. ¿Y por qué
ese menaje es tan urgente? Porque queda poco tiempo y llegó la hora del juicio
de Dios.
Ahora se están revisando los registros de hombres y
mujeres, y su destino está siendo decidido. Estamos en el final de los tiempos,
no falta mucho más. ¿Qué nos pide Dios que hagamos en este final de los
tiempos? Adorar al Creador, a Aquel que hizo el cielo y la tierra. ¿Está
haciendo eso esta generación? ¿Se les enseña a los estudiantes en los grandes
centros educativos a adorar a Dios como Creador? No. Se les enseña a
reverenciar las larguísimas teorías del azar y de las transformaciones. Pero en
el pasado, cuando el Señor Jesús envió su ángel al profeta Juan y le dio las
revelaciones del Apocalipsis, Dios sabía lo que necesitaríamos en la
actualidad. El sabía que esta generación iba a negar su acto creador, por lo
tanto nos llama de vuelta a adorarlo como Creador de nuestro mundo. ¿Puede
haber un llamado más apropiado?
En el versículo 8 encontramos el mensaje del segundo
ángel. “Ha caído Babilonia”, el símbolo de todo culto falso. Babilonia se
corrompió irremediablemente. Luego, el mensaje del tercer ángel, que se
encuentra en los versículos 9 al 11, es una advertencia solemne contra la falsa
adoración. Es una de las advertencias más serias encontradas en todas las
Escrituras.
Esos mensajes, representados por tres ángeles que
vuelan por el medio del cielo, son el último llamado de Dios a la raza humana.
Pero, ¿quién dará esos mensajes? ¿A qué tipo de persona le confiará Dios
mensajes tan importantes, tan vitales, que todo hombre, mujer y niño en todas
partes deberán oír? Encontramos una buena pista en el versículo 12: “Aquí está
la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús”. Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, evidentemente, están
interrelacionados.
Puede parecer coincidencia, pero en Apocalipsis
12:17 encontramos casi las mismas palabras. Sin lugar a dudas, se trata de una
señal de identificación. Pero, ¿cómo sabremos si se trata de un pueblo de los
últimos días, y que los mensajes de los tres ángeles son mensajes para el final
de los tiempos?
El primero de los tres ángeles anuncia que la hora
del juicio de Dios ha llegado. Como que Jesús dijo que el juicio vendría al
final de los tiempos, es obvio que el mensaje corresponde al tiempo del fin. Y
también lo sabemos porque los mensajes de los tres ángeles son seguidos casi
inmediatamente, en los versículos 14 a 16, por una descripción del Señor Jesús
descendiendo de los cielos para recoger la mies de la tierra.
Comenzando con el versículo 14, leemos: “Miré, y he
aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre,
que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda”.
Jesús dijo que la cosecha es el fin del mundo y los
segadores son los ángeles. La segunda venida de Cristo, inmediatamente después
del mensaje para el final de los tiempos, es un clímax glorioso. Esa es la
esperanza de todo cristiano. ¡El último llamado de Dios para este planeta
rebelde fue y está siendo compartido con todos!
Esta es la hora emocionante en la cual vivimos, una
hora en la que los sonidos de su venida ya están a las puertas, pues todo lo
que sucede, cada incendio catastrófico, cada terremoto, cada volcán en
erupción, cada inundación devastadora, cada amenaza de guerra, todo nos está
diciendo una misma cosa: ¡Jesús vendrá pronto!
Nuestra respuesta ante todo eso depende enteramente
de nuestra relación con el Señor Jesucristo. Si lo hemos rechazado y no hemos
aceptado su sacrificio en el Calvario, su regreso no será bienvenido, pero si
lo hemos convertido en nuestro amigo y Salvador, los sonidos de su venida serán
para nosotros una confirmación de que la vida eterna es una realidad.
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