¿Qué
sucede diez minutos después de la muerte? ¿Qué hay del otro lado de esa puerta
misteriosa? Dicen que algunas personas regresaron de la muerte y contaron lo
que hay más allá de la vida. ¿Estarán realmente convencidas de lo que dicen?
¿No será que estamos jugando con la muerte?
Hay
una verdadera epidemia de películas y materiales sobre la muerte. El interés
por la ella, en la actualidad, está próximo a la obsesión. El tema de la muerte
está de moda. Hay manuales sobre cómo morir, y muchos consideran que la muerte
es una conquista.
Ciento
siete alumnos de un colegio estadual construyeron un ataúd de pino y lo
entregaron al colegio como recuerdo. El féretro continúa dentro del salón de
clases y los alumnos se recuestan en su interior para meditar. “La muerte es
linda –dicen-, es tan natural como la rosa que florece y se seca, y es
descartada”. Pero, ¿qué tiene de romántico desprenderse de una rosa marchita?
La
muerte no tiene nada de lindo. Es cruel; no es un amigo sino un enemigo; no es
un pasadizo hermoso sino una puerta cerrada. Transformó a nuestro planeta en el
cementerio del universo, el lugar donde todos mueren. Gracias a Dios, hay
esperanza y ánimo en su Palabra con relación a la muerte. Necesitamos saber la
verdad sobre la pérdida de nuestros seres queridos, y la alegre noticia de que
un día va a llegar la resurrección. Pero antes, debemos entender por qué existe
esa confusión desconcertante. ¿Será que todo este apego con la muerte nos está
llevando al apego con el autor de la muerte, con el que transformó a la tierra
en un cementerio?
Desde
que fue expulsado del cielo, Satanás sabe que deberá padecer la muerte
irreversible. Por eso se ha abocado a llevar a toda la raza humana consigo
hacia la destrucción, de ser posible. Satanás y sus ayudantes pintan a la
muerte como algo lindo, como algo que no debemos temer. ¿De qué otra manera
podría atraer a sus víctimas? Esa fue su estrategia en el jardín del Edén.
Dios
les advirtió a nuestros primeros padres que el resultado de la desobediencia es
la muerte. Pero Satanás le dijo a Eva por medio de la serpiente: “Ciertamente
no moriréis”. (Génesis 3:4)
Esa
afirmación de Satanás significa: “No puedes morir. Seguirás viviendo en otro
lugar, en otro estado de la existencia. Por lo tanto, puedes vivir como te
plazca”. En el fondo de todas sus jugadas permanece la mentira original: No
morirás.
¿Por
qué esa jugada le dio tan buenos resultados? La respuesta es muy simple. Si
logra convencerte de que los muertos no están muertos de verdad, le resultará
fácil convencerte de que los muertos pueden comunicarse. Y si puedes creer en
eso, una escenificación bien hecha le dará línea directa con tu mente. Satanás
y sus ayudantes, los ángeles caídos, son maestros del disfraz. Han conducido a
millones de personas solitarias a sesiones espiritistas donde los convencen
fácilmente de estar en contacto con sus seres queridos que ya han partido; y
millones, porque no conocen la Palabra de Dios, creen en esas manifestaciones
sobrenaturales.
Jesús
nos advirtió sobre los engaños del final de los tiempos: “Porque se levantarán
falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal
manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. (San Mateo 24:24)
Satanás
y sus ayudantes raramente usan un abordaje directo, para que su identidad no
sea conocida. Prefieren usar un disfraz: “Porque éstos son falsos apóstoles,
obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo; y no es
maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz”. (2 Corintios
11:13, 14)
Cuando
la película El Exorcista estaba en pleno éxito, las espectadores que
habían visto la película en los cines decían: “Satanás es una criatura
horrible”. A él le encanta que las personas digan eso, porque si creen que él
es un monstruo horrible con garras y cuernos, estarán totalmente desprevenidas
cuando se les aparezca disfrazado como ángel de luz. Peor aún, cuando se les
aparezca como una persona amada que ha fallecido. Ese es el problema: hay
millones de personas que no han estudiado la Palabra de Dios y todavía
cuestionan su autoridad.
El
Obispo Pike no creía en la existencia de
vida después de la muerte. Pero sus convicciones se desmoronaron muy
fácilmente cuando un número de fenómenos sorprendentes lo atrajeron como un
imán hacia el ocultismo. La tragedia que dio inicio a ese proceso fue el
suicidio de su hijo Jim. La muerte repentina de su hijo le provocó una gran
tristeza, especialmente porque el muchacho había estado involucrado con las
drogas.
Después
de la tragedia, el Obispo Pike apareció en la televisión de Toronto, Canadá, al
lado del médium espiritista Arthur Ford. Durante el programa, Ford entró en
trance y lo convenció de que estaba en contacto con su hijo Jim. Al no confiar
en la Biblia, el Obispo era una presa fácil; y se sintió tan fascinado con el
juego del mundo de los espíritus, que no percibió ninguna señal de alerta.
Algún
tiempo después, en Los Angeles, el Obispo fue entrevistado en ocasión de
promover su nuevo libro: El otro lado. Joe Pyne escuchó lo que el obispo
tenía para decir, con mucha atención. Finalmente, se volvió hacia su invitado y
le preguntó pausadamente: “Obispo, ¿no dice la Biblia, en algún lugar, que los
muertos nada saben? Obviamente arrinconado, Pike respondió: “No lo sé”. En
seguida tomó un lápiz y dijo: “Voy a estudiarlo en casa”. A continuación,
cuando Joe Pyne dio paso a las preguntas del auditorio, un jovencito se
presentó y comenzó a hablar: “Sólo quiero decir dónde está el versículo que el
Obispo no conoce; queda en Eclesiastés 9:5”. Entonces citó el pasaje
correctamente: “Porque los vivos saben que han de morir, mas los muertos nada
saben…”
El
Obispo no creía que fuera importante conocer la posición de la Biblia sobre el
asunto. Ese único pasaje le hubiera evitado caer en el engaño. Lo mismo vale
para nosotros. La Biblia Viva traduce Eclesiastés 9:5 de la siguiente manera:
“Pues los vivos por lo menos saben que van a morir. Pero los muertos nada
saben”. La Palabra de Dios afirma que los muertos, buenos o malos, están
durmiendo en sus sepulturas, donde permanecerán hasta la resurrección.
Cuando
murió Lázaro, Jesús dijo que estaba durmiendo. “Lázaro, nuestro amigo, duerme,
mas voy a despertarlo”. (San Juan 11:11) En el versículo 14, Jesús les dijo
claramente: “Lázaro está muerto”. Y fíjate que Lázaro, cuando fue llamado fuera
de su tumba, después de cuatro días, no tuvo ninguna historia para contar sobre
el lugar en el que podría haber estado durante todo aquel tiempo. Es evidente
que no había ido a ninguna parte. El apóstol Pedro, en el día de Pentecostés,
dijo que David no había ido al cielo, y eso fue siglos después de la muerte del
rey. (Hechos 2:29, 34)
Vamos
a dejar que la Palabra de Dios esclarezca aún más este asunto. “Y el polvo vuelva
a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. (Eclesiastés
12:7) ¿Es eso lo que habías aprendido, o pensabas que algunos de los espíritus
subían y otros descendían? ¿Qué es ese espíritu que retorna a Dios? “Porque
como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está
muerta”. (Santiago 2:26)
El
espíritu mantiene al cuerpo vivo. Entonces, ¿qué es ese espíritu que mantiene
al cuerpo con vida? La palabra “espíritu” en el original hebreo del Antiguo
Testamento es “ruach”; lo mismo que “pneuma”, en el original griego del Nuevo
Testamento, y significa “soplo” o “aliento”. De ese término, se deriva la
palabra neumático, que reciben el nombre por las cámaras llenas de aire.
Espíritu o “pneuma” quiere decir aire o soplo. Cuando falta el espíritu, una
traducción correcta es “muerte”, pues un cuerpo sin “aire” está muerto. Las dos
palabras, “soplo” y “espíritu”, son sinónimos en las Escrituras.
“Entonces
Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento
de vida, y fue el hombre un ser viviente”. (Génesis 2:7) Observa al Creador en
acción: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra”. Acostado en el
suelo, completo en todos los detalles, el hombre acababa de salir de las manos
del Creador, pronto para vivir, amar y actuar, pero todavía no estaba vivo. “Y
sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente”.
No
se le dio un alma, sino que se convirtió en un alma viviente, en un ser, una
persona viviente. El aliento de Dios, que fue colocado en las narices del
hombre, el aliento o espíritu, se separa del cuerpo en el instante de la muerte
y regresa a Dios. El cuerpo regresa al polvo. Ahora, ese espíritu, el aliento,
no puede pensar, ni puede adorar, ni cantar, ese espíritu vuelve a Dios, tanto
si la persona es santa como pecadora. El hombre simplemente deja de ser un alma
viviente, un ser viviente, hasta que el donador de la vida vuelva a reunir a
ambos (cuerpo y espíritu) en la resurrección.
Todas
las ilustraciones tienen puntos débiles, pero a pesar de ello vamos a
emplearlas. Imagina que tenemos algunas tablas y algunos clavos y los usamos
para armar una pequeña caja. Entonces ya no tenemos tablas y clavos, sino una
caja. ¿De dónde vino esa caja? No vino de ningún lugar. Es el resultado de la
unión de las tablas y los clavos. Supongamos que no queremos más tener una
caja. Quitamos los clavos y los dejamos a un lado y acomodamos las tablas del
otro. ¿Dónde está la caja? ¿Adónde fue? A ningún lugar, simplemente dejó de
existir como caja. Los clavos todavía existen, las tablas existen, pero no
puede haber caja porque los dos no están unidos.
De
la misma manera, Dios formó al hombre de dos elementos: el polvo de la tierra y
el soplo de vida. Como resultado de la unión de esos dos elementos, el hombre
se volvió un alma viviente. Cuando muere, los dos elementos se separan, pero no
van a ninguna parte; simplemente pierden su estado de conciencia hasta la
resurrección, cuando el cuerpo y el espíritu serán nuevamente unidos.
Dos
preguntas nos ayudarán a quitarnos las dudas de la mente. La primera: ¿Crees en
la resurrección? Las Escrituras nos enseñan que la resurrección ocurrirá en el
último día, cuando Jesús regrese. Pero, ¿por qué tendríamos que resucitar en el
último día, si ya hubiésemos recibido nuestra recompensa o castigo en el
momento de morir? Es obvio que no bajaríamos del cielo, ni subiríamos del
infierno para entrar en nuestro cuerpo otra vez.
La
segunda pregunta: ¿Crees en el juicio? Es claro –dirás—porque la Palabra de
Dios dice: “Por cuanto ha establecido su día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle
levantado de los muertos”. (Hechos 17:31)
San
Mateo describe la distribución de las recompensas para los buenos y los malos,
en la Venida de Jesús. Corresponde que nos preguntemos: ¿Por qué habría de
haber un juicio al final de los tiempos, si se recibe la recompensa o el
castigo en el momento de la muerte? Si una persona estaba siendo quemada en el
infierno durante 212 años, ¿te parece que Dios la mandaría a buscar para que
asistiera al juicio?
“No
se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi
Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a
preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra
vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.
(San Juan 14:1-3) ¿Qué sentido tendría el regreso de Jesús si ya estuviéramos
en el cielo? Ninguno, la Biblia no nos enseña ese tipo de confusiones.
Podrás
pensar: ¿Y el ladrón en la cruz? ¿No le dijo Jesús que estaría con él en el
paraíso en aquel mismo día? Vamos a leer San Lucas 23:43: “Entonces Jesús le
dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” Y alguien dice:
“Sí, siempre lo entendí de esa manera, es decir… hasta hoy”. Parece que aquí
hay una contradicción, ¿no es cierto? ¿Ese único versículo contradice todo el
resto de la Biblia?
La
muerte por crucifixión era un proceso largo y lento. Las víctimas generalmente
resistían durante varios días. Por eso, Pilato quedó sorprendido por la muerte
tan rápida de Jesús. Cristo no murió por la crucifixión, sino porque se le
partió el corazón.
Examinemos
ahora San Juan 20:17: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a
mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a
mi Dios y a vuestro Dios”. El domingo de mañana, María fue al sepulcro. Lo
buscó, pero no pudo encontrar al Señor. Había alguien parado en las sombras del
jardín. Pensó que se trataba del jardinero. “¿Dónde lo colocaste?”, le
preguntó. Y Jesús simplemente le dijo: “María”. En ese mismo instante ella se
lanzó a sus pies y trató de abrazarlo, pero Jesús la contuvo con una mano y le
dijo: “No me toques pues todavía no subí a mi Padre”. Si el propio Jesús, el
domingo por la mañana, todavía no había ido al paraíso, tampoco hubiera podido
estar en él la noche anterior.
No
hay pruebas de que Jesús haya estado en ningún “reino” en aquel oscuro viernes.
Pero el ladrón vio más allá, a través de los corredores del tiempo, hacia el
día en el que Jesús lo recibiría en el reino que por derecho le pertenecía. Y
él dijo: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Aquella fue la única
expresión de fe que llegó a sus oídos mientras pendía de la cruz.
Y
Jesús respondió: “Te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”. Hoy, cuando
hasta mis discípulos se olvidaron de mí y huyeron; hoy, cuando parece que jamás
tendré un reino; hoy, cuando da la impresión de que jamás podré salvar a
alguien; te doy la seguridad, la garantía. Yo te digo hoy a ti: “Estarás
conmigo en el paraíso”.
Llegamos
a la conclusión de que la muerte no significa ir al cielo, ni para el fuego del
infierno ni para el purgatorio, ni para el mundo de los espíritus. La muerte
significa apenas la interrupción de la vida hasta la resurrección. El apóstol
Pablo describe la resurrección de esta manera: “Porque el Señor mismo con voz
de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y
los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los
que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. (1 Tesalonicenses
4:16, 17)
¡Qué
día! ¡Qué esperanza! Quienes fallezcan no tendrán la sensación del paso del
tiempo en la sepultura. Su próxima experiencia será ver a Jesús en su regreso.
Cristo vendrá triunfalmente al planeta que una vez lo rechazó, lo azotó y lo crucificó.
Pero es un planeta que él no puede olvidar y cuando se aproxime a esta tierra,
gritará con voz de trueno: “Despierten, los que duermen en el polvo de la
tierra, vengan para la vida eterna”.
Nuestro
Señor nos ofrece una realidad, no es broma. El nos dice hoy lo mismo que le
dijo a otra persona hace mucho tiempo: “El que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá”. (San Juan 11:25)
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